27.6.08

40 grados

El telediario advirtió 36 grados de temperatura máxima. Pero los autos del centro, el adoquín rojo del piso y el calor que pasa a través de sus alpargatas, le dicen que el sol castiga con mucho más. El aire juega con la tela de su vestido rosa y se le arrejunta al cuerpo, evidenciando aun más sus prominentes curvas. Los hombres le devoran las bien torneadas nalgas y le regalan una frase obscena que no tienen oportunidad de cumplir.

Es casi medio día y la gente camina sin gracia ni compostura. Incluso un retriever amarillo lo hace amodorrado. Patas arrastradas, lengua de fuera, baba cayendo. En el sopor de la plaza, el globero se refugia bajo la pequeña sombra de su mercancía. Un niño le pide un globo a su madre. -No, te voy a comprar una nieve- le contesta. El globero suspira y el niño sonríe a boca y ojos, pasándose la mano pequeñita por la frente y sien. Un rastro negro de sudor y mugre se dibuja en su cara.

Las torres amarillas de la catedral desafían el azul del cielo. No hay una sola nube, no hay en el mundo azul mas inmenso que aquél. Una larga fila de conductores impacientes se forma rápidamente en la avenida. Los peatones avanzan en manada a pasos rápidos, con caras molestas. Ella escuadriña compulsivamente esas caras apuradas, buscándole.

Vuelve a pasar el retriver, empapado y feliz. Seguramente se dio un chapuzón en aquella fuente francesa, junto al kiosco. El perro le sonríe, o al menos eso piensa ella. Buscando aliviar un poco el calor, se recoge el largo cabello negro con una pinza, dejando al descubierto aquel cuello escultural.

Sin saber de donde, le quitan la pinza y la cascada de su pelo negro cubre los hombros casi desnudos. Con una sonrisa y sin palabras, se comenzaron a besar. Besos largos, hambrientos, desvergonzados. Como si hubiera pasado una década desde la mañana que se dejaron sudorosas, extasiadas, felices.

-Te pusiste mis alpargatas- le recrimina la recién llegada con un guiño, mientras le acomoda el pelo por detrás de la oreja.

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