Triste Domingo

Estas ultimas semanas he estado obsesionada con el tomo 8 de las obras reunidas de Ricardo Garibay que el consejo nacional para la cultura y las artes tuvo bien a recopilar. En este tomo se concentran diferentes artículos publicados en revistas o guardados en su cajón. Se me antoja que es un tipo de blog de 1943 a 1998 en el que Garibay toca un sin fin de temas, desde el oficio de escribir hasta el arte de leer, desde politica a espectáculo, de gente que no conozco a costumbres que son muy mías.

Y estaba en eso cuando dije no me hallo, necesito escribir. Y saqué del cajón Triste Domingo, novela que vengo martillando desde 1983. Va la mitad, más o menos y ya me siento bien; pasan los días en el insomnio constante de los personajes, de los díalogos, de las situaciones, de mi inferioridad delante de mi tarea. Duerante cuatro años no pude seguirla porque el final es tan doloroso que ya me ahogaba, tan distante todavía. Espero que ahora no sea así

Leerlo ha sido un gozo, porque dejó huella de lo que fue Garibay el hombre a personas como yo, que ni una entrevista suya he podido ver en la tele. En especial, me encantan las referencias a los libros que yo he leido. Cómo se fué gestando la historia, lo que pasaba alrededor de ella.

Triste Domingo es y ha sido la novela acerca de las relaciones emocionales / intelectuales que más me ha impactado. Me urge leerla ahora. Me urge encontrarnos y encasillarnos en sus personajes. Buscar en sus líneas la sabiduría para no ahogarme, la felicidad para no caerme. ¿Será posible un final diferente? Es Garibay, no Mastretta, me digo.

Es la vida que se enreda y te ahorca, dice Ricardo Garibay.